No te duermas by Stacy Willingham

No te duermas by Stacy Willingham

autor:Stacy Willingham [Willingham, Stacy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-10T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 31

Ahora

Waylon y yo pasamos el resto del fin de semana grabando. Ahora nos sale con más naturalidad: esas conversaciones que antes parecían forzadas y preparadas de antemano ya fluyen sin esfuerzo, como si fuéramos dos viejos amigos, tomando un café y poniéndonos al día.

Es lunes por la mañana, y lo veo arrastrar los pies por la cocina con una taza en una mano y un pan tostado en la otra. Me recuerda a Ben y a mí, hace poco más de un año. El caos tranquilo de una mañana entre semana; el ritmo natural de dos vidas entrelazadas, creciendo juntas como enredaderas. Yo, dándole un beso en la mejilla mientras él se cepillaba los dientes; los dedos de Ben, rozándome la espalda mientras yo me sentaba en el borde de la cama, untándome crema en las piernas; yo, ayudándolo a afeitarse las partes del cuello difíciles de alcanzar, apretando la hoja de afeitar contra la piel blanda.

—Voy a pasar primero por la comisaría de policía —dice Waylon mientras se limpia los labios—. A ver si puedo encontrar a Dozier a primera hora.

—Bueno —digo parpadeando para quitarme el estado de ensueño—. Me parece bien.

También le conté lo de mi vecino este fin de semana, el enfrentamiento en su porche y el hecho de que lo viese en la vigilia, y lo del anciano sentado en la mecedora con vistas directas a mi patio. Todavía no tengo ninguna prueba, pero necesito con urgencia otra hipótesis en la que concentrarme después de verme en la pantalla del ordenador.

Necesito creer que hay otra explicación, otra respuesta, aparte de la que empieza a arremolinarse en mi mente como una aparición que toma forma en la oscuridad.

—¿Te llamo después? —me pregunta—. Quizá podamos quedar para comer.

Sonrío y asiento con la cabeza, haciéndole un gesto con la mano para que salga de casa, y suelto el aire despacio en cuanto cierra la puerta.

Me acerco a la mesa y abro el portátil para poner otro vídeo del intercomunicador, que me obligo a mirar. Agradezco la ayuda de Waylon, de verdad, pero hay cosas que prefiero hacer sin él, como ver estos vídeos. Tengo que ver más, y prefiero hacerlo sin que él los esté viendo también.

Se me tensa el pecho al verme acostando a Mason en la cuna. Empiezo a adelantar y el reloj avanza diligentemente: las nueve, las diez, la medianoche, las dos de la madrugada. Me quedo mirando la pequeña rendija de luz de luna que asoma por debajo de la puerta cerrada, esperando ver otro movimiento. Otra sombra. Finalmente, respiro tranquila en cuanto empieza a salir el sol, iluminando la habitación, y el reloj marca las seis.

El vídeo se detiene. He llegado al amanecer. No ha pasado nada.

Me reclino en la silla, pensativa. No puedo quitarme esa imagen de la cabeza: yo, de pie en la habitación de Mason, mirando al frente, a la nada. Tenía la impresión de que había dejado de ser sonámbula cuando empecé la universidad. Recuerdo que cuando me mudé



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